viernes, 21 de septiembre de 2018

El NADAISTA DE CARTAGO


ALBERTO RODRIGUEZ CIFUENTES
 POETA CARTAGUEÑO
 Nació un 1 de abril de 1939 y murió miércoles 16 de mayo de 1976, hijo de los educadores, Alfonso Rodríguez y Manuela Cifuentes. Su infancia y primera juventud las vivió en Cartago, donde se fraguo su sensibilidad y su particular forma de relacionarse con el mundo. Por razones familiares en 1958 se traslada con su madre y hermanos a la ciudad de Cali, donde estudia la carrera de Derecho. Integro el movimiento Nadaísta e hizo parte del grupo que fundó Ciudad Solar, un lugar de convergencia de los artistas de mediados los años sesentas; Durante su corta vida publico dos libros: ´´Nunca habrá otro silencio´´1967 y ´´Los días como rostros´´ 1973.
Los temas de su poesía son el tiempo, el amor, el desamor, la infancia, el compromiso político de su generación y las diferentes expresiones del arte.
En 1942

En una evocación de la infancia del poeta; su hermano Oscar Rodríguez Cifuentes, recuerda: ´´ Corría el año 1948 y por aquellos días vivíamos en la carrera 7a con Novena, habitábamos en la parte alta de un edificio que se llama ´´Edificio Botero´´, que aún existe. Mi hermano me llevaba 4 años, a él le gustaba mucho la naturaleza, los animales, tenía la costumbre de coleccionar insectos. Cogía mariposas, cucarrones, arañas, escarabajos, libélulas, chicharras…. y las clavaba con alfileres en cajas de cartón. Toda la vida le encanto el tema de los insectos, pero nunca elevo una cometa, nunca hizo bailar un trompo, nunca jugo bolas, nunca practico ningún deporte; desde pequeñito comenzó con la lectura.
EL Kínder lo estudio en la carrera 4 entre calles 13 y 14, unas de sus primeras profesoras fue Adelfa Campo y doña Graciela Abadía. En la mitad de la cuadra doña Graciela tenía su casa y allí mismo funcionaba el kínder, Alberto no duro mucho allí porque había una lora. En una ocasión tumbo un asiento donde la lora era soberana absoluta, casi la mata. La maestra le dijo a mi mama: ´´No señora, se me lleva ese muchachito de aquí´´.
Luego empezó estudios en el Instituto Robledo, al frente de la plazoleta San Francisco. Allí termino la primaria. Los primeros años de bachillerato los estudio en el Liceo Cartago. Alberto tuvo muy buena amistad con don Gonzalo Suarez y don Saúl Rodríguez Bueno; eran los profesores de literatura. Vivía entre libros, todo lo que le llegaba lo leía. Del Liceo Cartago salta al Colegio Nacional Académico, no alcanza a terminar sus estudios en Cartago porque nos tocó emigrar a Cali, el matrimonio de mis padres fracaso y ante la separación, mi madre consigue trabajo de maestra en la capital. Llegamos a Cali en 1958 y terminamos el bachillerato en una institución nocturna.
La literatura fue algo innato en Alberto. Nuestros padres fueron maestros y pusieron en nuestras manos libros adecuados para desarrollar la sensibilidad.
Quebrada El Ortés

La pasión de nosotros era salir a San Jerónimo, Santa Ana, El Enfado y la quebrada El Ortés. Paseábamos y cazábamos con una escopeta hechiza. Le gustaba también la taxidermia, fue un taxidermista empírico. Como nuestras casas eran grandes a él se le asignó un cuarto para que trabajara. Allí tenia culebras en alcohol, tenía iguanas disecadas, pájaros .…; Yo al igual que los otros niños elevaba cometas, jugaba bolas, trompo; salía al campo y pescaba en El Enfado. Alberto aparecía con animales raros; una vez llego con unas ranas del Choco, de esas de colores, negras con rojo y negras con amarillo. Otra vez apareció con un oso hormiguero. Nuestros padres mientras tanto eran pacientes y consentían todas nuestras locuras. A nosotros nos alcahueteaban todo. En realidad, vivimos una infancia muy feliz.
En una evocación al poeta, su amigo, Armando Barona Mesa nos narra: ´´Su madre era maestra en una pequeña escuela privada y su padre era empleado público. Pasamos juntos la primaria; Era precoz casi angustioso en el deseo de bogar como un barquero insaciable el mar de lecturas infinito de la biblioteca del colegio Académico. Ya había leído a los 9 años el ´´Tesoro de la Juventud´´ que eran muchos tomos. Claro que en el colegio era lento, a empujones, pero cumplía. Ninguno de los compañeros - quizás el único que queda vivo es Julio Mendoza Duran- desconocía la inteligencia de Alberto y pasamos al bachillerato juntos en el Académico. Un día Alberto enfermo de fiebres palúdicas, Luego de convalecencia y debilidad se fue reponiendo.; Tendría 10 años. Fue entonces cuando unos días después me presentó en las páginas de su cuaderno, un poema sorprendente: ´´Paraíso de la fiebre´´. Desde ahí se perfiló el poeta. Cargaba una poesía dentro un sentimiento fatal de tristeza, de angustia, de ansiedad y de muerte. Si, la suya fue una poesía triste al estilo de Poe. 


Dirá entonces como un salmo: ´´Los días van pasando como rostros/ o como islas que jamás soñamos/ y somos los Ulises de odiseas/ que nunca cesan de desesperarnos. / Lejos aún la arcilla del silencio/ en el que habremos de encontrarnos/ consultemos en todos los relojes/ la hora del amor y el desengaño´´. 
 Nos volvimos a encontrar en Cali, Habían pasado más de diez años. Me contó que había presenciado el suicidio de un amigo nuestro y compañero de estudios, que se llamaba Cristian Delgado, hijo de un gran patriarca conservador. Y Alberto sintió la marca indeleble del dolor que le dejaba la amarga convicción de la ninguna importancia de la vida o de la muerte, que se fue ahondando más con sus copiosas lecturas de los trágicos de siempre ahogados en la angustia. Quiso entonces ser un poeta maldito como Verlaine o Rimbaud porque nada le calzaba a su ilusión o a sus proyectos que jamás los tuvo. Y se volvió bohemio porque poeta ya lo era en silencio. En la invisibilidad de un sueño derrotado, por esos que deambulan aquellos rostros que veía, como los días sin brillo de la vida. Yo ya era abogado, y el, bajo los rigores de su madre, entro a estudiar derecho en la Santiago de Cali. Pero sus pesadumbres ya lo habían conducido por los caminos del alcohol. ´´Este mirar el vuelo de coleópteros ciegos/ por entre el cielo raso de mis pesadillas/ donde el alcohol es director de orquesta/ en un teatro, para mí, vacío´´. 


Era saber que nunca sería el abogado que de el queríamos. La marca podía más que una voluntad perdida en los caminos sin fin. Dijo entonces: ´´ Es cierto, Tiempo, que no podre vencerte,/ más haré la jugada de escaparme temprano/ por cualquier puerta falsa,/ antes que la vejez venga silbando´´…. Un día tomo alcohol impotable, peor que el absenta de los poetas malditos. Su madre lo vio en la sala revolcándose y no le creyó. Ella entró al interior de la casa y cuando volvió a salir, el bardo estaba inerte sobre la alfombra, los ojos vidriosos y una mueca imborrable que apenas desdibujo su sonrisa de niño.


          

´´Los días como rostros´´           








Fuentes: Revista Cantarrana No.26  Enero de 2018
               Revista Plenilunio  No. 65 mayo de 2017
               Poetas Siglo Veintiuno Blog 
               Escuela de Pensamiento Ambiental. Cartago