Tal ocurría en la señorial ciudad de Cartago que para la época de aguinaldos se convertía en centro de atracción de los pueblos y localidades circunvecinas y en foco de irradiación de todas aquellas actividades encaminadas a la digna celebración de la novena y nacimiento del Divino Infante. Al repasar –con amorosa dedicación- aquellas crónicas que nos legaron los escritores de remotas calendas y los cultores de las buenas letras, no podemos menos que sentir una infinita nostalgia, porque nos damos perfecta cuenta de que nuestros antepasados –en otro medio y con menos recursos- se divertían mejor con toda la plenitud de su entusiasmo y de su espíritu alegre y jovial. Comprobar, por ejemplo, como por ese entonces, la ciudad se vestía con sus mejores galas y como todos sus habitantes se sumaban a los bandos o grupos que con la debida anticipación tenían a su cargo la organización de la novena de aguinaldos, las cenas y fritangas al estilo santafereño y el reparto de las cuadrillas de disfraces que ponían un toque de calor y alegría con el alma de la ciudad confiada y dormida, es obra de suyo complaciente.
Seria tarea por demás larga y dispendiosa el relievar aquellos lejanos acontecimientos, por lo cual solo trataremos de referirnos a dos casos concretos. Tratase de las apuestas de aguinaldos concertados entre el doctor José Vicente López y doña María Ladrón de Guevara y entre don Francisco María de Cerezo con doña Josefa Salazar y Rodríguez, jóvenes todos del más rancio abolengo español y quienes más tarde habrían de ocupar destacadas posiciones en los campos intelectual y social. Tales apuestas, previa las formalidades de rigor, se concertaron para la noche del 22 de diciembre de 1825.
Terminados los oficios religiosos en la iglesia Matriz de san Jorge, los grupos de damas y caballeros asistentes, se trasladaron a las residencias particulares –previamente acordadas- con el objeto de cambiar la severa indumentaria de calzón corto e impecable golilla y los trajes de ´´tafetán´´ y deslumbrante cola, por los menos lujosos de disfraz en bellos estilos y relucientes colores. Asegura un relato de aquel año de gracia que el grupo de disfraces que acompañaría a la pareja López y Ladrón de Guevara, se mudó en la casa que hoy pertenece a los señores Conchas, en cuyos vetustos corredores y amplios salones se desenvuelve la trama de una novela terrígena. Del otro lado, el bando que seguiría en su recorrido y en sus peripecias galantes a la pareja Cerezo y Salazar y Rodríguez, cambio de vestido en la casa antes ubicada en la carrera 5 con calle 13 y que por extraña coincidencia también perteneció a una familia Romero, emparentada con la de los Concha.
Ambas residencias se conservaron hasta hace poco casi en el mismo estado que presentaban en el año a que esta crónica se refiere. Dispuesto todo lo necesario para la jornada de alegría y efusión nocturnas de aquel día memorable en los anales de la historia local, las comparsas iniciaron sus respectivos recorridos ya bien entrada la noche, la una por el sector oriental y la otra por el lado occidental, pes debían llenar ciertas formalidades y atenerse al pacto de caballeros estipulado el día anterior. Sobra decir que el recorrido fue largo y penoso por las escuetas y empedradas calles hasta coronar la cima de la colina de El Palatino, en donde debían encontrarse y en donde dejaría oír por todos los ámbitos de la ciudad el grito acostumbrado a las doce en punto de la noche.
Entre tanto todo el pueblo de Cartago – las gentes de alcurnia y las del común- seguía entusiasmado a las comparsas al son de los más variados instrumentos de viento y de cuerdas y de tamboriles y fanfarrias de elaboración casera. Dicen las crónicas de la época, que para la celebración de este que se tornó en acontecimiento sobresaliente, no hubo sacrificio que no se consumara ni esfuerzo que no se realizara. Solicitose la colaboración del Alcalde y Justicia Mayor de la Provincia, autentico representante en estos apartados lares del gobierno soberano de Cundinamarca, con el objeto no solo de que impusiese el orden, sino también que decretase la total iluminación de las calles de la ciudad. En tal virtud y por medio de largo y razonado decreto dispuso que todos los habitantes de Cartago que viviesen en esquina tenían la obligación de encender antorchas de petróleo o lámparas de gas, a fin de facilitar a las comparsas rivales todas las comodidades necesarias, librándolas de las tinieblas de la noche y de los riesgos y sobresaltos que le son inherentes.
Pero ocurrió lo inesperado: la familia Del Portillo, residente en la antigua casona del costado sureste de la plaza principal de la carrera 5ta con calle 11 (hoy Casa de Gobierno), negose a cumplir la orden de la autoridad y, en consecuencia, dejo de encender la antorcha.
Este fue motivo más que suficiente para que fuera sancionada. En cumplimiento del decreto inexorable, se le dio a toda la familia la casa por cárcel y es tradición que al portón principal le fueron puestas cerraduras por fuera, durante quince días y que gentes piadosas y negros descendientes de esclavos, hacían llegar los abastecimientos por medio de cordeles descolgados de la parte alta de la edificación. Este dato es interesante, porque nos pone de manifiesto que tanto en el ayer remoto como hoy y como siempre, ha existido el imperio de la arbitrariedad y de la presunción por encima del sentido de la justicia y de la comprensión.
Expuesto lo anterior que forma parte del acontecimiento al cual nos referimos, debemos agregar que la apuesta de aguinaldos de aquella noche memorable fue ganada por la pareja López y Ladrón de Guevara y que tanto esta como la pareja perdedora, descendieron de la colina de El Palatino en medio de los vítores y de las aclamaciones de la multitud, hasta el centro de la ciudad, en donde se organizaron los más variados festivales a la usanza de aquellos tiempos con derroche de jovial alegría y de hilaridad sin precedentes.
Mas ahí, no pararon las cosas. Don Francisco María de Cerezo, su bella compañera de aventura decembrina y todo su séquito ofrecieron el día 1ro de enero de 1826 un suntuoso baile de gala en los amplios salones y corredores de la casa tradicionalmente denominada de ´´El Virrey´´ en donde se entregaron los obsequios a los ganadores y a los mejores disfraces que formaron el séquito de los que más tarde habrían de ser ilustres y destacados personajes.
En efecto el doctor José Vicente López desempeño el cargo de primer rector del Colegio en el periodo de 1840 a 1842 y en cumplimiento del Decreto del Poder Ejecutivo que estableció y reglamentó el Colegio Nacional de Cartago, promulgado en 1839 por el Dr. José Ignacio de Márquez. Doña María Ladrón de Guevara descendía de una familia de ilustre abolengo y fue en nuestro medio una de las más grandes cultoras de las letras y de la buena poesía. Don Francisco María de Cerezo, de recia estirpe, dicen sus pergaminos fue letrado y gran devoto de la Virgen bajo la advocación del Carmelo lo que lo llevo a construir con dineros de su propio peculio, la antigua iglesia de El Carmen que se levantaba en el mismo sitio que hoy ocupa el bello y artístico santuario del mismo nombre; y doña Josefa Salazar y Rodríguez fue tronco de una familia respetada y respetable que dio a la ciudad y a la patria exponentes humanos de gran renombre en los predios de la inteligencia, la cultura y el civismo y cuyos descendientes residen en distintas ciudades del país.
Fuente: Cartago en la Historia, de Daniel Arturo Gomez ( tomado literalmente).
Nota: Contiene Imágenes alegóricas a los eventos narrados.