Foto del Archivo Historico de Cartago. |
Las festividades de Semana Santa constituyeron en Cartago, a través de los años, demostración religiosa de singular renombre. Fue siempre un admirable desbordamiento de fe, la reafirmación de las creencias aprendidas por un pueblo de intensa formación cristiana y la piadosa comunión de Dios.
La religiosidad acuñada en el alma de la ciudad, el respeto social, la candorosa fraternidad de las costumbres, la sencillez enaltecedora, todo contribuía al esplendor de la Semana Santa o Semana Mayor, como fue denominada en los ritos orientales de las primeras épocas de la iglesia.
Las gentes de todos los sectores sociales se preparaban con antelación para las festividades, no solo con espíritu religiosos sino cívico, porque siempre fue el amor a la ciudad, guía segura de las manifestaciones de su desarrollo. Se enlucían los templos; los ciudadanos cumpliendo el mandato de las autoridades o libres de reglas oficiales, decoraban los frentes de las residencias; los cartagueños ausentes de los lares familiares retornaban a la ciudad que los recibía con alborozo; era notoria la afluencia de devotos de otras regiones y los campesinos dejaban sus parcelas para venir a la ciudad en piadosa romería. Las gentes no emigraban a los lugares de recreación publica, sino que al contrario se congregaban en la ciudad con espíritu abierto a la fe y la esperanza.
Llegada la quinta semana de cuaresma, se inciaba el domingo la liturgia con la procesión de las palmas, cuya tradición se remonta a la iglesia de Jerusalén, en el siglo IV. Era día de gloria. El pueblo y el sacerdote en simbolismo avasallante oraban en voz alta: Benedictus qui venit in nomini Domini.
Jesús montado en un borrico, recorría con el pueblo las empedradas cales de la ciudad, a los acordes de la banda de músicos de Cayetano Garcia y las gentes agitaban jubilosas los tupidos ramos traídos de los campos de la ubérrima comarca, en apretada multitud que cubría varias cuadras. El lunes, los oficios litúrgicos se circunscribían a los templos, y por la noche se efectuaba la primera procesión. con impresionante sencillez y orden.
La falta de luz eléctrica producía cierta tonalidad echizante, porque el alumbrado con velas de cera de castilla o de esperma era intenso, y el recogimiento místico del pueblo daba la mas alta nota de la cultura tradicional.
El martes a medio día se efectuaba la ´´comida de los presos´´ . Familias pudientes preparaban abundantes y exquisitas viandas y en silenciosa procesión iban a ´´El 40´´ que así se llamaba con cierto aire de pavor, la cárcel que permanecía de años atrás, al cuidado de Donaciano Marmolejo, ciudadano de singular simpatía e inflexible rigidez disciplinaria. Ejercía las funciones de alcaide, nombre dado en esa época al Director de los establecimientos carcelarios.
El Jueves Santo era el gran día de la Iglesia. La fecha magna conmemorativa de la Institución del Sacramento de la Eucaristía. La Consagración de los óleos estaba reservada a las iglesias Catedrales, pero en los templos parroquiales se efectuaba la ceremonia del Lavatorio. Doce niños o ancianos representaban a los Apóstoles en este acto simbólico. Los ministros de la iglesia vestidos de blanco cantaban el Gloria entre el sonido prolongado y alegre de las campanas, para silenciarse después hasta la misa de pascua. Con la traición de Judas, Jesús Hostia, era conducido ante el recogimiento del pueblo congregado en el templo y en las calles adyacentes al ´´monumento´´ artísticamente adornado con profusión de luces y flores. Llegada la noche se iniciaba la esplendorosa procesión.
Iniciaba el recorrido la Cruz Alta, llevada por un grupo de monaguillos vestidos de rojo y blanco. Luego las imagenes de San Pedro, San Juan, María Magdalena, La Verónica y el ´´Paso´´ de la Oración en el Huerto. Seguían las autoridades y funcionarios publicos, rigurosamente vestidos de negro, presididos por el Prefecto provincial y el Alcalde Municipal. Y cuando algún hijo de la ciudad ocupaba la Gobernacion o un cargo de destacada importancia en la Capital, viajaba a Cartago para presidir la procesión.
Los altos funcionarios portaban lujosos estandartes. venían luego el pabellón de las señoras, el de las señoritas de la mas rancia estirpe social, lujosamente vestidas, las Consagraciones religiosas, entre otras las Hijas de María y las Socias del Sagrado Corazón de Jesús. Y por ultimo la efigie legendaria del Señor de las Misericordias. Su cabeza de cabellos color de vino inclinada hacia el lado derecho, sus ojos adorables ya cerrados, como también su boca que había exhalado el suspiro final después del grito desgarrador ´´todo esta consumado´´. Sus brazos extendidos y sus manos abiertas enclavadas en el madero de la Cruz. Su cuerpo exánime y sus pies aun sangrantes pero inmóviles por la rigidez de la muerte.
Archivo Historico de Cartago |
Las andas artísticamente ornamentadas por las delicadas damas de un grupo de damas entre las que descollaban por su cristiana devoción y sus virtudes doña Clementina de Duran y doña Tulia Sanchez de Vallejo. Altos cirios de cera virgen de castilla, bajo el palio de terciopelo rematado con borlas doradas, constituían un conjunto de arte y belleza, para albergar la sagrada imagen del Cristo cuya veneración tuvo sus labores en el antiguo Convento de los Padres Franciscanos de Cartago, en las postrimerías del siglo XVII.
Formando imponente calle de honor al Cristo, los alumnos del Colegio Académico de Varones, con sus profesores, presididos por el Rector del ilustre plantel, semillero de sabiduría.
En los andenes, en fila interminable, los fieles portando velas de cera de castilla o de esperma entonando en voz alta las oraciones que subían al cielo confundidas con el incienso y la mirra.
La imaginación de las gentes tejía candorosas leyendas alrededor de la efigie del Misericordioso; se decía que cuando el Cristo no quería salir del templo, como castigo a las desviaciones sociales, aumentaba su peso, de tal suerte que no había cargueros capaces de transportarlo.
El Viernes Santo era día de luto. la afluencia de gentes en los templos visitando los monumentos, era inusitada. A la 1 de la tarde se iniciaban los oficios religiosos. Los templos colmados de fieles que escuchaban la lectura de la Pasión según el texto de San Juan, de acuerdo a la liturgia. Y luego un connotado orador sagrado pronunciaba el sermón de las siete palabras. El tiempo no ha logrado desdibujar el eco de las grandes oraciones del Padre Jose Ramón Gamba, doctorado en teología y derecho canónico; del ilustre levita Hernando Botero O´Byrne, del Padre Pablo Chaves y del Padre Jose Ramón Bejarano.
Uno de los ritos mas importantes del viernes y al cual asistía la multitud de fieles, era el de las tinieblas. Se levantaba en el presbiterio del templo, la saeta, especie de candelabro triangular que llevaba fijas quince velas de cera virgen de castilla que se apagaban al final de cada salmo. Y luego la adoración de la cruz, de la cual había sido bajado el Cristo yacente para colocarlo en el sepulcro, por dos creyentes que simbolizaban a los Santos Varones que cumplieron el mandato profético.
La procesión se iniciaba a las 8 de la noche. Todo estaba vestido de negro. Los caballeros y las autoridades de riguroso frac; las señoras y señoritas, las Congregaciones religiosas. Era la demostración tangible del luto de la iglesia. Esa noche ingresaban a la veneración publica las estatuas de Jose Nicodemus y Jose de Arimatea, que eran guardadas por la familia Bermudez en el barrio de El Llano. Seguían las insignias de la Pasión, San pedro, el Nazareno y el Santo Sepulcro, a cuyo lado del Colegio Académico de Varones, era llevado en hombros por los alumnos del establecimiento.
El pueblo había asistido en la mañana a la bendición del fuego, la consagración del agua bautismal y la renovación d elas promesas del bautismo. Son dignas de especial recuerdo las señoras Genoveva Guzmán de Villegas, Helena Echeverry de Arango, Teresa Echeverry de Londoño, Elena Mejia De Los Ríos, entre otras, quienes organizaban los actos litúrgicos.
El Domingo de Pascua, era la fiesta de los niños que se disputaban el acompañamiento de las imágenes de San Juan y Maria Magdalena. La incontenible alegría de la bulliciosa muchachada, celebrando en las calles: La Resurrección de Cristo.
La ciudad cumplía año tras año, sus deberes espirituales con la Iglesia de sus mayores, en espontanea y multitudinaria demostración de fe, hasta que el rigor de las épocas modernas suprimió las festividades publicas, dejando en la memoria del pueblo el sabor nostálgico de aquellos días de cristiana conmemoración.
Relato tomado de ´´Remembranzas de Cartago´´ de Cesar Martinez Delgado
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