La llegada de las
caravanas de gitanos fue siempre motivo de alegre atracción, especialmente de los
niños que aprovechaban furtiva ´´escapada´´ de sus hogares o escuelas para ir
al ´´campamento´´ a admirar de cerca los vestidos estrafalarios de las mujeres
olorosas a aceite y a resinas acre, de largas trenzas rematadas con vistosos
lazos de cinta de variados y subidos colores, zapatillas de tacón alto, faldones
largos de variadas telas, blusas livianas, sin mangas y amplios escotes
adornados con encajes con las cuales las más viejas cubrían los senos flácidos
y las jóvenes los esquivos capullos en flor.
Rostros de color
cetrino, nariz aguileña y ojos de interrogante expresión, que hacían más
profundas las fuertes líneas de exóticas pinturas; largas manos que ocultaban
sigilosamente los naipes tramposos y la voz ronca y cadenciosa que iba
mostrando al sortilegio de las evocaciones rituales, las predicciones de los
astros, el trajín del tiempo, las variadas estaciones y el canto o graznido de
las aves agoreras, en equivoca señal de desventura, ante la muda expectativa
del interlocutor ávido de conocer su ´´ suerte´´ a cambio de unas monedas de plata.
Foto Gabriel Carvajal Perez
Los hombres usaban
sombreros alones, pantalón corto ceñido al delgado y ágil cuerpo con ancha
correa de cuero o faja hecha de fina tela. Ellos se adornaban con cadenas de oro,
y las mujeres con collares de varias vueltas y candongas finas, surtidas de
insinuantes piedras preciosas.
Los jóvenes iban también
al campamento de los aventureros, porque los sortilegios de las cartas servían
muchas veces para ensayar amores con las gitanas mozas, de contorneados
movimientos y picaresca sonrisa, entre las cuales se mezclaban las sandungas de
origen francés o español, con las aventureras huidas de los lares familiares
para buscar emociones y vida nueva bajo las carpas, en la azarosa compañía del
celoso gitano.
Foto Gabriel Carvajal Perez
Con el indispensable
permiso del severo alcalde, los gitanos levantaban sus viejas carpas en las afueras
de la ciudad, ´´en la Raya´´, en las estribaciones de la Loma de ´´El Palatino´´
o cerca a la quebrada de ´´Ortez´´ cuyas aguas cristalinas traían en su
corriente la medicina aun para enfermedades rebeldes.
Y de allí veían al
centro de la ciudad, conduciendo osos de crispado pelo, que bailaban ante la admiración
del pueblo y el alegre bullicio de la chiquillería, al son de monocordes de la
pandereta y flautas de evocadoras notas.
Años después dejo de
ser atractiva la llegada de los gitanos, porque ellos reemplazaron las carpas,
el oso bailarín y el mico travieso, que antes constituyeron fuente de alegría y
sano esparcimiento, por el hotel, el automóvil y los licores finos perdidos en
tabernas brillantes.
El gitano de luenga barba, malicioso
comerciante, quedo atrás del galán y de la moza coqueta cuyos ojos vivaces eran
permanente invitación al pecado.
Fuentes: Remembranzas de Cartago, Cesar Martinez Delgado. 1985
Fotografias: Mario Garcia Benitez y Gabriel Carvajal Perez
Fuentes: Remembranzas de Cartago, Cesar Martinez Delgado. 1985
Fotografias: Mario Garcia Benitez y Gabriel Carvajal Perez
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