lunes, 23 de octubre de 2017

"PORQUE DIOS LO MANDA, TE PERDONO, PERO NO OLVIDO"

El Alférez Real don Sebastian de Marisancena (primer propietario de la Casa Marisancena o Casa del Virrey) se casó el 18 de agosto de 1783, con doña María Josefa Sanz de San Juan y Vicuña, dama de preclaro abolengo. Pero la felicidad no reino muchos años en la aristocrática mansión, dotada del severo lujo palaciego, en donde los pebeteros de plata encendidos por los esclavos negros, mezclaban su sahumerio al aroma de los azahares del patio. Cuenta la tradición oral que cuando nació su última hija, Margarita Luisa de la Cruz, llegaron a Cartago tres nobles españoles, uno de ellos Oidor de la Real Audiencia. La señora de Marisancena hizo los debidos cumplimientos a los ilustres visitantes, pero tuvo el descuido de No ataviarse con sus mejores joyas como lo había ordenado don Sebastián.


Cuando la visita abandono la casa, el Alférez Real ultrajó duramente de palabra a su esposa, quien llena de indignación abandono el hogar para refugiarse en la casa de sus padres, sin llegar nunca a una reconciliación, a pesar de las intervenciones de las familias, del clero y de las autoridades civiles. Doña María Josefa era altiva y jamás volvió a entenderse con su marido, a quien odio hasta su muerte.
La enfermedad llevo a don Sebastián al lecho de muerte y a instancias del sacerdote que le administro los sacramentos, doña María Josefa convino en presentarse a su marido para manifestarle que le perdonaba el ultraje; pero fue esta una simple manifestación de obediencia a las prescripciones religiosas, pues la altiva matrona entro en la alcoba del moribundo caminando de espaldas para no mirarlo, se detuvo ante el lecho y pronuncio estas palabras: "Porque Dios lo manda, te perdono, pero no olvido" y se retiró al punto, dejando comprender a los circunstantes, la recóndita aversión que había cobrado a su esposo.

Fuente: Cartago y Santa Ana de los Caballeros, de Jorje Peña Duran.
La imagen es una alegoría de la narración, No corresponde a la realidad.

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